Aviso que hay spoilers de la peli ‘Todo a la vez en todas partes’.
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Me hubiera gustado lavar ropa y pagar impuestos contigo, me hubiera gustado, realmente me hubiera gustado, me hubiera, me hubrrrrrr, me. ¿Me hubiera gustado o solo es esta bola en el pecho, esto que aprieta, esto que es duro como el cemento? Me hubiera gustado, o me lo estoy inventando. Me hubiera gustado en serio o solo me gusta ahora porque no es en serio. Porque ahora sé que no vamos a lavar ropa y no vamos a pagar impuestos juntos.
No conozco mayor repliegue conservador de una misma que una ruptura: de repente asoma con una nitidez nueva todo aquello que perdimos como si alguna vez hubiéramos aspirado realmente a ello. La familia -más como idea- se alza, ahora sí, como ese lugar inalcanzable, y por eso mismo tan deseable. Hay un poco de ese impulso maníaco que nos llevaba a Crear una Familia en los Sims cada vez que nos gustaba alguien, casi como una forma de capturarla para siempre. Venimos exactamente de ahí, sí, un pequeño pozo terrorífico-amoroso. ¿Pero queríamos una familia? ¿Desde cuándo? ¿Qué es una familia? ¿No fuimos ya una especie de familia y no debería bastarnos con eso?
Anoto:
Familias. Especies de familias. Mi Sim Novio abrasado en una parrilla.
Estos días en los que la ruptura mediática atravesaba la conversación pública parecía inevitable volver a esto: la familia rota, la preocupación por la descendencia. “¿Quién está pensando en los niños?”, preguntaba mucha gente como si, de hecho, no hubiera mucha gente pensando precisamente en los niños (¡todos ellos!), y eso era lo más interesante. También: la idea de la mala mujer que ha roto una familia a sabiendas de lo que hacía, sabiendo dónde se metía. Para empezar: hay muchas formas de romper una familia, si acaso no se rompen solas o lo hacen ellas mismas. No necesitan a nadie que las rompa.
En la película Todo a la vez en todas partes, un matrimonio a punto de divorciarse acaban enzarzados en un viaje en el multiverso al mismo tiempo que intentan solucionar unos problemas con Hacienda y una relación compleja entre madre-hija (podemos llamarlo una versión LSD y proletaria de Shakira-Piqué). En este análisis ‘Es más fácil imaginar el multiverso que el final del capitalismo’, Andrea M. Astola se fija en una cuestión: esta obra reproduce el capitalismo en los universos que plantea (los protagonistas de esta historia son clase trabajadora, o provienen de, en todas las versiones posibles de ellos mismos, excepto en la más delirante en la que son que son puras piedras), de modo que nada cambia demasiado, nada importa mucho, afirma M.Astola, “nada excepto la familia”. Así lo explica la autora: “La familia como analgésico del sufrimiento. El afecto familiar que se da casi por obligación es aquello que hace que el sufrimiento de la clase obrera merezca la pena. Estoy frustrada por llevar una lavandería que ocupa toda mi vida pero al menos mi marido pone ojos saltones en las lavadoras”.
Si existe tal mensaje en la película es, quizás, el más decepcionante porque esta película es capaz de inventar universos demenciales como uno en el que hay humanos con dedos en forma de salchicha, pero no es capaz de reinventar el mito de la “media naranja” ni la familia como eso a preservar, incluso aunque en el “universo protagonista” el matrimonio está bastante hecho papilla. Más o menos, entonces, llega la frase: “Entonces, a pesar de que me has roto el corazón una vez más, quería decirte que en otra vida, realmente me hubiera gustado lavar ropa y pagar impuestos contigo". Lo que no saben los personajes que pronuncian esto tan romántico en un universo es que YA existe otro en el que que han probado esta familia y se han divertido un rato, pero luego ya no tanto. Y quizás ya está. Y quizás eso fue todo. Por eso están al borde del divorcio aunque, finalmente, al final de toda la aventura, deciden que no se divorcian y que están dispuestos a trabajar (esa palabra) la relación.
Mi amiga Elena Lombao, de las Bloody Girls, que vio esta peli como dos o tres veces en su momento, me dice irónicamente: “Esta peli consigue algo muy meritorio y es que, desde la fantasía y la puta locura, al final tiene un mensaje ultraromántico y medio tradicional que me comí con patatitas sin ser yo nada de eso”. Aún así, lo de la media naranja no lo compra. “Tiendo a interpretar la peli de una forma que me gusta más: para mí es más de ‘bueno, centrémonos más en las cosas que sí podemos controlar o están a tu alcance’ versus el universo infinito de cosas que no has podido hacer y no vas a poder hacer. Me parece útil esto que hace la peli porque propone salir de este nihilismo y ese input constante de lo qué podríamos haber hecho y todas las ramificaciones posibles de nuestras vidas, que sí es muy de nuestro tiempo, y creo que puede ser muy paralizante”.
Precisamente bajo el pretexto de ramificar y vivir otras vidas posibles, la protagonista narcisista y en crisis del libro Isla Decepción, de Paulina Flores, justifica sus infidelidades en cadena: “Cuando eres infiel una vez, luego solo sigues haciéndolo. Es que es muy difícil detenerse. Yo creo que se parece a escapar (…) Lo hacía por mí, ¿cachai? Por ser una persona diferente con cada uno de ellos”. Un multiverso de amantes.
Sé que me he ido por las ramas, pero ahora vuelvo. Pienso en esto para intentar comprender de donde emerge esta fuerza bruta para defender esas familias reales e inventadas, nuestras y de otros (el gen SIMS); o de multimillonarios, lo cual es todavía más chistoso. ¿Qué nos provoca tanta desazón cuando se disuelve una familia? El trauma de no saber cómo reinventarla. No sé. Y el salseo, obvio.
El libro de Sara Mesa explica muy bien esa especie de síndrome de Estocolmo que nos persigue con la familia: que sabemos, a la vez, agujero de violencia, especialmente hacia las mujeres, y recogimiento cálido, con suerte. Estos días me he preguntado cómo de diferente podría haber sido la conversación si en vez de hablar de la disolución conyugal más como ese acuerdo histórico (¡La prole! ¡La familia! ¡El pacto!) lo hubiéramos hecho desde el puro desmoronamiento (sí, más rabia, más dolor, más desamor), desde el preguntarnos qué hacemos con el sufrimiento, con la ira racional e irracional, con el odio, cuando todo se desmonta. Y encima te han mentido. Pareciera que la infidelidad -la traición romántica por antonomasia de la pareja heteropatriarcal- validara o invalidara ciertos sentimientos. Shakira puede cantar esto porque ha sido traicionada y han roto su familia. Pero esto es una trampa. Porque si no hubiera sido traicionada, ¿qué? Y si no tuviera hijos, ¿qué? ¿No puede sentir dolor y dedicarle una canción? Nos encontramos constantemente en ese afuera de la familia, aunque no queramos, aunque se juegue limpito, siempre al borde de un abismo. Porque enamorarse es, sobre todo, colocarse en una posición en la que estás a punto de caer. Katherine Angel en El buen sexo mañana habla de la vulnerabilidad que implica follar, pero también amar: “Es confiar en que los otros renuncien a su capacidad de abuso. Queremos poder decir: ‘confío en que no me harás daño, confío en que no abusarás de tu poder’”. “Cuando te dejan por otra, te duele, aunque seas una diva de la canción”, insiste Irantzu Varela en su artículo de Pikara. La pregunta debería ser, entonces, qué hacemos con el dolor que nos causan los demás y cómo reducimos el daño que hacemos a los otros.
Por cierto, si el clara-mente te pareció demasiado evidente piensa en la canción que dedicó Norah Jones a una tal Miriam titulada Miriam:
Miriam
That's such a pretty name
I'm gonna say it when
I'll make you cry
Miriam
When you were having fun
In my big pretty house
Did you think twice?
Además, lo que hasta hace no tanto tenían los hombres era la posibilidad de ser infieles sin que ello repercutiera lo más mínimo: era la mujer quien tenía el deber de callar estoicamente para mantener el orden doméstico. Nunca jamás hacer una canción sobre ello, por supuesto. La mujer infiel, en cambio, experimentaba una especie de destierro a todos los niveles: “Toda otra falta en la mujer es perdonable: su mal carácter, su desidia doméstica, su falta de método para educar a sus hijos, hasta su amor al lujo; pero la infidelidad, ni su esposo, ni la sociedad le perdonarán jamás”, atinó a escribir Zoila Rendón de Mosquera, precursora del feminismo ecuatoriano, que ya en 1933 analizó el espacio doméstico como espacio de dominación en La Mujer en el Hogar y la Sociedad.
El libro de Gabriela Wiener, Huaco Retrato, es hermoso y yo creo que ensancha los límites de esta conversación: la protagonista, además de indagar en un pasado colonial de su tatarabuelo expoliador, explora el historial afectivo de un padre infiel a la vez que ella misma se pregunta qué mierda está haciendo con los suyos y por qué esa bola de fuego también la siente muy adentro, y por qué trampea y miente aunque podría no hacerlo.
Sobre el padre:
“¿Cómo querría papá que le recordara yo? ¿Aceptaría que le enseñara su incoherencia como un compañero más del partido en una asamblea, la brecha entre su compromiso público y la ética de su intimidad, el no haber podido ser tan bolchevique en el amor como en la política? ¿Escribiría un libro para hacerle justicia?”
Sobre la propia narradora:
Tenemos los tres en teoría una relación abierta, deconstruida sobre la base de los acuerdos, una para la que yo estoy tan preparada como un señor polígamo de Salt Lake City, Utah, de ochenta años, con una esposa en cada rodilla. Soy mi padre infiel y celoso de que su amante le ponga los cuernos con otro. Soy su versión posmoderna.
Apunto:
No tiene nada de subversivo hacer daño a los demás.
No avanzamos nada si nos hacemos los sorprendidos cada vez que pasa.
En De Nuevo Centauro, Katixa Aguirre, va un poco más allá (año 2050 aproximadamente) planteando el tema de la promiscuidad digital (una versión extendida del mundo que ya vivimos de DMs y flirteo). Por supuesto da terror pensar en las infidelidades del futuro-no-tan futuro a través de avatares. Aquí, el novio de Paula -por cierto, sorpresa, un padre negligente que incumple con sus responsabilidades de crianza- la convence para probar con otras personas en el metaverso, “argumentando que aquella ruptura digital de la monogamia estaría exenta de los problemas y las incomodidades que suele acarrear en la vida real”. Se lo vende como una forma de darse “oxígeno mutuamente” y mejorar su relación. No hace falta decir, por supuesto, que ni imponiendo la fórmula del No Follow Up en el metaverso (no repetir con la misma persona en la sala roja) la cosa no se libra de todos los líos.
¿Qué hacemos, entonces, con este puñado de lágrimas, con este manojo de nervios, con los sentimientos? Lo que sea menos rechazarlos, editarlos. Las mujeres han sido quienes tradicionalmente han documentado y registrado todo aquello relacionado con el amor, siendo considerado un tema menor. La periodista francesa Mona Chollet en su ensayo Reinventar el amor se pregunta: “¿Por qué las mujeres tienden a atribuir tanta importancia al amor? Es lo que vamos a intentar comprender, pero de entre todas las razones posibles empezaré por sugerir una: y es que tenemos razón. Lo sobrevaloramos, pero también creo que los hombres lo infravaloran”. Lo veíamos estos días, también, entre algunos hombres que miraban con aburrimiento y desdén los debates sobre lo amoroso y solo veían a una mujer demasiado errática y autohumillada. ¿Por qué se hace algo así una diva? ¡Arrastrada! Sentían vergüenza por ella. O peor: fingían no saber nada de este tema. Algunos se alejaban como si pudieran contaminarse, salpicarse. En realidad, ese bochorno (muchas veces machista, clasista y racista) que experimentamos cuando escuchamos cosas ardientes (el sexo, los cuernos, la rabia, la sudor y los cuerpos, cabe aquí todo el desprecio durante muchos años a buena parte de la música latina o canciones pop) es lo que no nos deja pensar con claridad el amor y el deseo, o pensarlo desde aproximaciones menos católicas y más estimulantes.
Chollet recupera una historia sobre el desprecio histórico de los hombres hacia los sentimientos. Tras 58 años de vida en común, el filósofo André Gorz se dio cuenta de que en su obra había ignorado por completo su relación con Dorine. “¿Por qué estás tan poco presente en todo lo que he escrito, cuando nuestra unión ha sido lo más importante de mi vida?”, se pregunta. Fue solo un año antes del suicido de ambos cuando escribió Carta a D como una forma apresurada de redimirse e intentar corregir la ausencia el amor en toda su obra. Pocas cosas me abren compuertas que los registros del amor y el desamor, la rabia y la ira, el odio y la pena. Alguien tiene que hacerlos para que el resto nos acordemos.
¡Hola, Anna! Me ha gustado mucho tu interpretación de “everything everywhere all at once”.
La conclusión de la película me recordó a aquello que decía Sylvia Plath de que por qué no podría probarse una distintas vidas como si fuesen vestidos para ver cuál le quedaba mejor.
Al final, bien de todo no nos queda ninguno, pero la idea es poder elegir el que más nos convenga. Si podemos (?)
Gracias por compartirlo 🌞
¡hola! me ha gustado mucho el artículo, porque muchas veces cuando siento rechazada o imposibilitada la construcción del ideal romántico de familia en mis relaciones, me siento muy heride, como si se me estuviera rechazando a mi, o rechazando la posibilidad de "el más alto de los compromisos, la mas grande de las rendiciones al amor", aunque quizá yo realmente NO quiero ese ideal de familia... me cuesta darme cuenta y separarme de ello, pero me pasa. me ha encantado que lo reflejes, y que lo escribas tan bien. una suerte leerte <3