¿Qué es el dinero? Un club de hombres me lo explica
Artículo publicado originalmente en catalán en El Quadern (El País) y en Tinta Libre.
Están los de adentro y los de afuera. Les separan furgones de policía y un amable control de seguridad. Una de las primeras charlas de The District, la gran feria inmobiliaria de Barcelona, empieza con casi una hora de retraso por la acción convocada por los sindicatos de vivienda. Y uno de los participantes, Xavier Vilajoana, presidente de la Asociación de Promotores Inmobiliarios de Cataluña, dice que “es peligroso utilizar conceptos propios de los de afuera”, que son provocadores y generan ruido, y se refiere concretamente al título de la ponencia en la que él mismo participa. El título -las palabras peligrosas- son “crisis de la vivienda asequible”. Los de afuera son los manifestantes.
En efecto, Vilajoana participa en una conferencia titulada “Crisis de la vivienda asequible: abordar los desafíos de los precios, la ubicación y las características”. Pero, ¿qué quiere decir vivienda asequible? ¿Qué es crisis?, Vilajoana continúa haciéndose preguntas. Avanza la charla y los conceptos se desdibujan hasta el punto que “los de afuera” adquiere la imprevista categoría de la mención más próxima a la actualidad. Otros ponentes como Maria Sisternas (de la INCASOL), Miquel Acosta (Anticipa Real Estate) o Juan Gómez Vega (Deutsche Financio International) responsabilizan la administración pública de no estar haciendo bien su trabajo, del stock de edificios, de la colaboración publico-privada (“que es un must”, dice Sisternas), de la gestión de residuos y de la sostenibilidad, también, “que ha venido para quedarse”, comenta Acosta.
La charla deviene un batiburrillo de ideas (que no llegan ni a promesas) en la cual, para que nos entendamos, prácticamente no se mencionan palabras como “personas” o “precios” o “trabajadores”. Durante las jornadas también entenderé que cuando dicen “inquilinos más comprometidos” se refieren a inquilinos más ricos. Hablan de suelos tensionados y de gestionar activos y de proyectos con gran impacto y resis [residencias] y talentos. Hay algo en la disputa entre abstracción y concreción que me ha llevado hoy aquí, con los de adentro, o con lo que de un tiempo a esta parte entendemos como Mercado.
En este congreso de Real Estate participan fondos buitre, bancos, bufetes de abogados que ejecutan desahucios, inversores inmobiliarios, constructoras. Santander, Caixabank, Servihabitat, Anticipa Real Estate, Colonial, Garrigues, Cuatrecasas. La lista es extensa.
Son los cuerpos que hay debajo del capital. Y tienen rostros, brazos, trajes, aspiraciones y, por ejemplo, fondos de pantallas con el David de Miguel Ángel. El abono de los tres días cuesta entre 200 euros (Business Pass) y 1.990 euros, (Platinum Pass).
La evidencia es la de una masculinidad trajeada y mochileada (se han substituido los maletines por mochilas sobrias); el traje -pero no cualquier traje- como uniforme de la autoridad masculina. En esos cuerpos erguidos, en esos apretones de manos, en esas interacciones entre-trajes, se hace visible una forma de estar en el mundo. Recuerdo que John Berger analizó una foto de unos campesinos con traje para explicar hasta qué punto, solo por una imagen, podía intuir que los campesinos eran efecto campesinos y no hombres de negocios. ¡Si también llevaban trajes! El traje, dice Berger, “fue hecho para la gestualidad que acompaña la charla y el pensamiento abstracto, fue el primer vestido de la clase dirigente que idealizaría el trabajo sedentario. El poder del administrador y de la mesa de conferencias”. Pero el traje, lejos de diluir la clase, la afianza todavía más, el traje es traslúcido: deja ver el cuerpo que hay debajo y a lo que se dedica. En cierto modo, resulta muy conmovedor que al presidente de una corporación se le llame “chairman”, hombre-silla.
Eduardo Mendiluce (del fondo buitre Anticipa y Aliseda, que pertenece a Blackstone), Miguel Pereda (Grupo Lar) o Juan Velayos (presidente del The District) participan como verdaderos frontman en el auditorio principal de CaixaBank. Llego tarde a la conferencia titulada “Exploring a a Fresh Phase in Real Estate” y pido a unas abogadas de KPMG que me resuman, dicen que el año que viene es el de invertir más. Y las palabras se repiten: gestión… agilizar… proyectos…colaboración con lo público, etcétera. Pereda da las claves del éxito: “flexibilidad y trabajo duro”. Incluso, entre congresistas se repite lo de que en el The District no se aprende mucho, o nada nuevo, “es más de lo mismo”, esto es “más bien networking”. La zona habilitada con salas de reuniones casi siempre está vacía, incluye mesa rectangular y pantallas apagadas, y tiene un punto decrépito, de expositor de muebles de oficina. En el recinto, cada poco, suena la canción ‘Kids on the run’, que indica el fin de alguna charla de 15 minutos en la Innovative Area.
Yo no llevo traje, pero me he configurado una serie de identidades para entrar en este club de hombres blancos de la forma menos asimétrica. “¿Cómo hablar de los hombres si no soy una de ellos? ¿Cómo capturar una figura que no tiene nada que ver conmigo?”, se pregunta Martine Delvaux en el ensayo ‘Boy’s Club’, donde analiza como se comportan diferentes grupos de hombres privilegiados en camaradería. Yo no quiero solo mirar, quiero que me traten como una de las suyas. Así que empiezo exponiendo mi proyecto de vivienda para jóvenes y digo palabras como “lanzadera”, “ronda de inversiones” y “estado muy embrionario”. Los hombres asienten y me miran con atención creciente. “¿Qué tipo de proyecto es?”. Es, digo, “vivienda asequible para jóvenes”. “Un nuevo proyecto de vivienda en… Polycleans [la marca de retretes portátiles que hay en los festivales]”. “Polycleans algo más grandes. Se llaman Polyhouse”, digo segura y hasta arrebatada. Con un dossier, les muestro una imagen que me he descargado de un retrete doble. “Muy interesante, muy guay”, me dice un gerente de una empresa que gestiona certificados de calidad. “¿Es madera sostenible?”, me dice otro, un asesor inmobiliario que ha ido al congreso a impartir una charla sobre República Dominicana como “tierra de inversiones”.
Al cabo de dos stands, una empresa de tokenización inmobiliaria cuyo eslogan es ‘¡Divide e invertirás!’, dice que sería “cuestión de estudiar el proyecto y tokenizarlo”. “¿Tokenizar el polyclean?”. A estas alturas, el polyclean ya se llama “bungalow” y me han dicho que lo mejor es que lo venda como una experiencia y que incluya espacios comunes. De tan evidente, la respuesta suena hasta grosera. La empresa de tokens promete inversiones seguras de 100 euros a cambio de tokenizar casas o apartamentos con alto rendimiento y poco riesgo. Se quieren alejar del mundo criptomoneda, dicen. Aunque de sus inversores nadie ha cobrado todavía y la primera casa de inversión todavía está en reformas. El objetivo es “democratizar la inversión inmobiliaria, que tú te sientas propietario aunque no lo seas”. Aunque lo que poseas seas la pata de una mesa. De una mesa que no existe.
“Pedagogía, ¿entiendes?”. “¿De qué?”, le digo. “De la inversión”. “Entonces, ¿quieres decir que mi proyecto tiene futuro?”. “Sí, claro, aunque yo lo que te recomiendo es pasarte al lujo o que hagas a los residentes también sus inversores, así lo cuidaran mejor, como si fuera su propiedad, como si fueran amos”.
En otra ocasión, una empresa de recargas eléctricas de motos me propone acompañar mis viviendas urinarias con puntos de recarga para que “lo tengan todo a mano”. Su folleto dice algo así como el partner global “para un mundo seguro y sostenible”. Lo bueno, le digo, es que los baños ya los tenemos hechos y no romperán la estética, y me contesta que mi proyecto suena francamente divertido. Nunca imaginé de forma tan precisa que en un congreso de este tipo se repetiría tantas veces la palabra “sostenible”. Incluso, veré a congresistas deshacerse y explicarme lo de la “sostenibilidad y la ecología, todo eso” con una pereza plasticosa, con las palabras cayéndose de la boca. Un hombre, de 50 años, que trabaja como proveedor de materiales sostenibles, me dice: “Realmente, si tú fabricas con menos energía, si tú fabricas utilizando productos reciclados, al final te bajan los costes. Es así. Yo siempre lo digo: puedes mirarlo como tú quieras, pero si lo miras desde una vertiente financiera, pues... te sale a cuenta”.
La fácil predisposición con la que mis potenciales colegas han acogido mi vivienda en un retrete me lleva a la certeza de que, probablemente, me esté quedando corta. Al fin y al cabo, las “tiny houses” ya existen y quizás no difieren tanto de un baño muy grande. Así que decido incorporar a mi biografía el argumento de la serie de The Architect, miniserie de Kerren Lumer-Klabbers, en la que una becaria arquitecta vive en un párking en desuso porque es lo único que puede pagar; viviendas del tamaño de una plaza de coche separadas por telas. Yo cambio parkings en desuso (porque me parece que los parkings siguen siendo un negocio muy rentable) y les hablo de grandes naves industriales sin paredes, hechas recuadros. Y hasta de futuros centros comerciales abandonados (les cuento que me estoy anticipando a la crisis por las pérdidas derivadas del e-commerce, y eso me da una solvencia notable). Y de nuevo, la reacción general invita a que sobre todo siga creando. En una ocasión, pregunto a un chico joven a partir de cuántos metros empieza para él la dignidad, por las dudas, y me dice que “eso depende de la oferta y la demanda”.
Solo en una ocasión me pillan. Un hombre, arquitecto de unos 50 años, que se dedica a la viviendas de madera colectiva en altura, me dice que mi proyecto le recuerda a la sinopsis de una serie: “Es como una utopía de esas”. Y es sintomático que el hombre trajeado perciba esta serie distópica como utópica. Es, de hecho, la razón por la que las ficciones especulativas solo son percibidas en tanto que algo en función de quien las mira. “El mundo perfecto para la utopía de la multinacional está hecho de financial downtown y de la ciudad museo-world-heritage: ambos se vacían con la puesta de sol, ambos son esencialmente inanimados”, explica Marco D’Eramo en El selfie del mundo, una revisión crítica de nuestra época, a quien D’Eramo llama “la edad del turismo”. Esta feria, en realidad, tiene mucho que ver con el turismo y con la ciudad museo-world-heritage.
La caseta de Barcelona/Catalonia se encuentra en el centro de la feria aunque la que da la bienvenida al recinto es la de la Comunidad de Madrid. La disposición de los stands y el tipo de mensajes hablan, más que de un lugar, de un escenario ficticio en el que una ciudad imprecisa y global y solícita se pone al servicio de un juego: los de afuera hace ya mucho rato que no existen. Aunque a menudo se les invoca como los “hippies al agua del primer día”; “los que no trabajan y no tienen nada mejor hacer un miércoles”; los que se piensan -dicen- que aquí estamos los “bad guys”, pero no, “nosotros somos los que hacemos posible que pasen las cosas”. Solo en una ocasión, un hombre, Key Account Manager de una empresa de cerraduras eléctricas (pensados, sobre todo, para apartamentos turísticos y hoteles) me dice que entiende, en cierto modo, el malestar:
“Aquí hay gente que se gana muy bien la vida, pero muy bien, y compra paquetes de 3.000 activos y les da igual si son pisos que dejan a gente en la calle. Yo creo que habría que llegar a un gris. No te quiero dar una respuesta absurda, pero creo que entiendo la protesta de ayer. Yo la semana pasada estuve reunido con uno de estos fondos, no te diré cuál, que tiene 3.000 activos, de los cuales tiene 1.250 a la venta y el año que viene quiere comprar entre 5.000 y 8.000… y, claro, tú escuchas estas cifras. Y no sé, no sé quién tiene que dar la solución…”. En otra ocasión me responden: “¿Fondos buitres? Aquí nos dicen que no hay. Que todo se hace en conformidad con la ley. Al final, si tú permites ciertas cosas es normal que se hagan”.
Me explican varias veces las diferencias entre co-living, smart living, flexiliving y corporate living (híbrido entre hotel-casa para trabajadores con buenos salarios), y queda claro que esa es la utopía: habitantes de cortas o medias estancias con dinero que vienen a la ciudad a hacer negocios, “y que no la líen”, dicen los de los “apartamentos corporativos de primer nivel”. La ciudad hecha hotel. La ciudad hecha gran oficina. Certifico que no somos ni su target: mi degradante proyecto de vivienda, pensado para gente que no llega a pagarse el alquiler, me ha hecho quedar como una anticuada, como una emprendedora de un tiempo remoto. “Barcelona es un lugar perfecto, ¡sobre todo si quieres crear valor!”, me dice el de los apartamentos corporativos, ya en una extraña despedida.
Comprendo que el futuro está en el lujo y lo que ellos llaman el “estilo de vida”. Así que asisto a una charla sobre los hoteles y el futuro del turismo en el que tres trajeados se felicitan porque este ha sido un año increíble. La charla se titula ‘El futuro del desarrollo y la inversión hotelera: tendencias, desafíos y oportunidades en un mundo post-pandémico y consciente del clima’. Federico Holzman (Catalonia Hotel) dice que este ha sido el mejor año de su historia; Carlos Miró (Hilton) dice que “su empresa cotiza en Wall-Street y no puede hablar de rendimiento, pero que el año pasado abrieron un hotel al día en el mundo y más de uno a la semana en Europa, Oriente Medio y África” y Jaime Buxó (Sunset Hospitality Group) dice que “lujo es obtener una tasa mejor en las acciones”. Después de eso, los trajeados, como insectos al acecho de un trocito de pan, se preguntan cuál es el próximo Caribe, the next big thing. Recuerdan que, en los noventa, muchos hoteleros se hicieron de oro con el boom de los todo incluidos en el Caribe, así que están tratando de encontrar ese nuevo lugar. Uno de ellos dice: “África. Zanzíbar”. La charla va llegando a su fin. Carlos Miró concluye diciendo que alguna gente le pregunta cuándo va a dejar de hacer hoteles y él responde que cuándo va a dejar la gente de viajar, es decir, “nunca”.
Al salir de la charla, me encuentro con el chico joven de los metros y la dignidad. Y me dice que no está muy de acuerdo con lo que se ha dicho sobre los hoteles (“este congreso está demasiado centrado en el turismo y el ladrillo”) y dice que el futuro del turismo va a cambiar irremediablemente por las limitaciones ecológicas. La gente, cree, sí que dejará de viajar. Los dos acordamos que ese discurso parece de negacionistas climáticos, y yo me siento inevitablemente satisfecha de estar de acuerdo con algo. Luego me dice: “Debajo de este traje, debajo de esto que estás viendo, yo a veces voy descalzo y me puedes ver con hippies, me gusta la variedad”. “Ah, un poco de slow life”, le digo. “Sí, pero slow life de la buena. Yo no hago lo que me dice la gente. Yo huyo de lo masivo. Yo compro solo de primera calidad. Para mí esa es la libertad, y el futuro”. El chico me acaba dando su tarjeta porque cree que hemos conectado y que yo no soy como el resto. A cambio, me dice que le enseñe mi acreditación QR, que llevo escondida, así que finjo una llamada importante. Es muy fácil fingir llamadas importantes.
En la zona de prensa y conferenciantes, oigo una conversación de mujeres de negocio hablando del machismo en el sector -agenda del feminismo liberal que me da un sueño inmediato-. “Y me dice ‘¿y tu jefe?’ y le digo ‘la jefa soy yo’”. “El techo de cristal”. “Antes en estos sitios había muchas menos mujeres, por suerte cada vez somos más”. “¡Tenemos que quitarnos el síndrome de la impostora!”, etcétera. Algunos hombres, esto me interesa, babosean con mujeres diciendo que les recuerdan a su hija y yo pienso cuando otro trajeado del Mobile World Congress me dijo eso mismo, ya en una especie de fiesta, y luego me preguntó si sabía lo que era Egipto. ¿Será cosa de estos hombres? ¿Filtrarán su baba con un protector moral de la familia y las hijas? ¿Será la pedagogía infantil lo que les pone concretamente cachondos?
Otro hombre, por cierto, ahora que estamos hablando de los hombres por dentro, me explica la Campana de Gauss para indicarme por qué vale la pena invertir en viviendas pequeñas orientadas a jóvenes y viejos. Entre medio, dice, existe la familia. “Necesitan espacio, ellos sí”. Pero, en los extremos parece que hay negocio. Lo veo improvisar un gráfico con sus dedos. “¿Un anciano no puede vivir en un piso de 20m? ¿Por qué no? Yo cuando sea mayor quiero espacios comunes, salir a tomar el aire, etcétera. Pero la casa en sí es lo de menos”. En la zona de prensa, también observo a periodistas “especializados en la industria del retail” repartirse las conferencias y las entrevistas del congreso, ansiosos por gestionar la invitación a alguna fiesta, como aquella, recuerdan, “en el Guggenheim de Bilbao, que fue una pasada”.
Podemos decir que el congreso es intergeneracional. Hay jóvenes, con las medidas del traje ya hechas, que provienen de clubs de emprendeduría o universidades privadas de negocio. Es destacable el buen inglés de todos los conferenciantes. Un estudiante de 2º de Management of Business and Technologies de LaSalle Bonanova me explica que su objetivo es plantarse aquí, el año que viene, con su start-up. “¿En qué consiste tu start-up?”. “Mi startup es un hospital centrado en el sector alimenticio, en el TCA, básicamente eso”. “¿Quieres decir un hospital privado?”. “Queremos plantear que haya internas y no tan internas, para las graves y las no tan graves evidentemente, y buscar algo un poco familiar, modo club, 12 mujeres o así, actividades y cosas para que ellas puedan ir mejorando poco a poco”. Le pregunto cómo le ha dado por ahí -admito que una parte perversa de mí quizás esperaba una historia trágica y de superación de una hermana anoréxica- pero rápidamente, el tipo me devuelve a la realidad del Congreso: “Somos una familia muy grande, somos seis en total y siempre hablamos de muchas cosas y la conclusión de muchas de nuestras charlas es que la gente cada vez está peor, la sociedad tiene un problema y sobre todo las mujeres tienen problemas y se ven muy afectadas con esto y muchas tienen este trastorno, que es muy preocupante. Al final, llegamos a un punto donde empezamos a estudiar y vimos que cada año subía, era un aumento bastante exagerado, y realmente vimos que podríamos montar algo chulo y más familiar. Al final, es un negocio”. Él sabe que tiene competencia en el sector, pero ellos quieren aportar más “valor”. “¿Por ejemplo?”, pregunto. “Clases de deporte, actividades así”. “¿Un referente?”, le pregunto ya para ir cerrando, simulando que yo también busco inspiración. “Oscar Pierre, el CEO de Glovo”.
La idea de que “la gente cada vez está peor” o “es destructiva por naturaleza” es algo que se repite como un mantra y es, tal vez, el cojín acolchado en el que se sustenta su moral. Ofrecen, sin parar, versiones modernas y de sobremesa de Hobbes y Rousseau sobre el origen de la civilización, ejemplificando ese pesimismo antropológico del hombre moderno, tan reciclado y comercial, y que ha sido analizado en detalle en El Amanecer de todo, la última obra de David Graeber y David Wengrow. Se piensan a sí mismos -a la tecnología, a sus negocios, a su inventiva- como la autoridad capaz de corregirnos. Más que el mito del hombre hecho a sí mismo, encarnan el hombre que debe hacernos a nosotros. Aunque, tal vez, se trate del mismo mito. Un hombre de 44 años, gestor inmobiliario, me dice que su libro favorito es Así se domina el mundo, del coronel Pedro Baños. Otro me dice que el libro que siempre regala es 10.000 millones, del científico Stephen Emmot, que sostiene que debido a la superpoblación estamos condenados, hagamos lo que hagamos, al fin de la especie. El de los pisos corporativos de primer nivel -que empezó con una empresa de patatas fritas- ya anticipa lo mal que está todo en su biografía del congreso: “Apasionado por la naturaleza y profundamente preocupado por el estado del medioambiente, lamento el mundo que estamos dejando a las generaciones futuras, carente de valores y respeto por los derechos humanos fundamentales”. El que me explica la campana de Gauss me dice que de qué sirve hacer casas sostenibles si la gente luego las destroza o no saben utilizarlas de forma eficiente, dando a entender que la tecnología siempre va por delante de la conciencia y que nos hace falta una especie de disciplina tecnológica. El de los pisos de madera en altura me dice que su película favorita es Interstellar.
En un contexto como este, se revela de manera clarividente cómo de útiles son los discursos que abogan porque los humanos somos una especie egoísta o ruín o perezosa. El mensaje se propaga interclase, pero son los del traje (y las del traje) quienes recogen el guante.
A las 17.30h me invitan a un cocktail en el que se discute el futuro de Bilbao. Y, por supuesto, decido que necesito conocer el futuro del Bilbao. Concretamente de una zona llamada a ser “la punta de lanza para definir el nuevo Bilbao”. Se llama Zorrotzaurre -un proyecto impulsado por el alcalde del PNV, Iñaki Azkuna-. Hablan de una isla del conocimiento, sin coches, de un nuevo y elegante barrio dotado de un hub innovador, escuelas de diseño y trabajadores altamente cualificados. Les digo que me recuerda al 22@. “Sí, exacto, es un gran referente”. Cuándo les pregunto si han tenido problema con la gente que vivía ahí antes —unas 400 personas— me dicen que se van a tener que adaptar (“el plan se tiene que ejecutar”) pero que “sorprendentemente” casi todo el mundo ha preferido quedarse en su casa a marcharse de ahí. Se prevé que la población pase a ser de unas 425 personas a 15.000 en los próximos años. “Tú me preguntas dónde va a haber una verdulería o una panadería y ahora mismo no te lo sé decir. Sé que a cada tantos metros hay una licitación posible de un comercio, pero no tengo ni idea de qué va a pasar en ese comercio”. Escucho decir, que, “incluso”, los vecinos siguen llamando a su barrio la Ribera y no Zorrotzaurre (y mucho menos “el Manhattan bilbaíno”, como he oído decir en la presentación); pero tampoco pasa nada, acuerdan, al fin y al cabo, los vecinos “aportan autenticidad”. El futuro, por supuesto, de las ciudades con “alto rendimiento”, de las ciudades de gran valor, se discute en estos días del congreso entre tapas de jamón ibérico y copitas champán y renders y powerpoints. Málaga, Valencia o Zaragoza. La pregunta siempre es qué es lo próximo, dónde hay que invertir.
“¿Qué es el dinero? El dinero es un facilitador de las cosas. ¿Tú sabes lo que era el trueque?”. El hombre que trabaja como proveedor de materiales sostenibles me remite a otro de los mitos fundacionales de nuestro sistema económico: ese pasado inconcreto en el que la gente intercambiaba vacas por lentejas, pero era tan complejo, tan inconveniente, que hubo de inventarse el dinero. El dinero, por lo tanto, como una solución eficiente entre sujetos iguales. “El problema -sostiene también Graeber En Deuda- es que no hay pruebas de que alguna vez eso ocurriera exactamente así, y un montón de que pruebas que sugieren que no”; es decir, que la antropología y la arqueología dan muchas pistas sobre formas mucho más complejas y variadas de intercambio de bienes a lo largo de la historia, en las cuales han estado importantes vínculos de todo tipo, como la amistad o la deuda entre vecinos.
“El dinero es libertad”, me dice otro. “El dinero es… necesario”.
El viernes el salón está medio vacío, incluso durante la entrega de unos premios. Solo siete personas, contándome a mí, asistimos a la charla de Ignacio Raventós, en la cual explica “las claves del éxito” del proyecto de LaMercedes (premio por el proyecto Real Estate Operation With Greatest Esg Impact). Busco el significado de ESG a internet con resultados previsibles: ESG es un parámetro que sirve para valorar si una empresa trabaja en beneficio de los objetivos sociales, y parece que esta ha sido galardonada por eso mismo. Galardones a proyectos que todavía son diapositivas.
Este proyecto consiste en la remodelación de la antigua fábrica de Mercedes-Benz en el barrio del Bon Pastor, el propietario único del solar del cual es Conren Tramway. Este proyecto plantea un nuevo espacio con zonas verdes, escuelas de diseño, industria 4.0 y hub de conocimiento. “Y nos preguntamos cuál es la mejor solución por la ciudad y obviamente por los inversores (...) Por eso, queremos liderar esta regeneración…”, explica Raventós sobre este proyecto urbanístico, considerado el primero ecodistrito urbano de España inspirado, entre otros, “en los Hudson Yards de Nueva York”. Se prevé que LaMercedes esté en pleno funcionamiento hacia el año 2029. Pero desde la Asociación de Vecinos Maquinista-Mercedes ya temen a la gentrificación y la subida de precios, y recelan del 40% de vivienda asequible que la Administración ha prometido. Seguramente también lo hacen inspirados en los Hudson Yards de Nueva York.
Es el último día del congreso y ya puedo decir que me he quedado sin tarjetas para no tener que presentarme, técnica que perfecciono con bastante hombría y que da a entender al chico de los metros y la dignidad (después el chico de los pies descalzos) que he hecho muy buen networking. Él me enseña su fajo de tarjetas. Supongo que asumo que debo marcharme de ahí después de que un estudiante me diga, muy serio, parpadeando menos de lo que uno debe parpadear: “¿El dinero? El dinero es chocolate”.